غريبة (ghareebah / extraño)
Kamilya
Jubran & Werner Hasler (ومضة / Wameedd, 2005)
Por:
Carlos H. Babún
Cuando
salgo a encontrar la luz, la sombra de mi cuerpo me sigue, pero la sombra de mi
espíritu me precede y me guía hacia un lugar desconocido buscando cosas más
allá de mi entendimiento, y asiendo objetos que no tienen sentido para mí.
Yibrán Jalil Yibrán
Tonos
sintéticos, suaves y sutiles, expanden un ambiente de intimidad en nuestros oídos.
Una vez ahí emerge, cual susurro, una voz femenina que en árabe desdobla su
nostalgia:
Soy ajena a este mundo, una ajena, y hay en mi exilio una severa
soledad y una dolorosa tristeza.
Tomando
de un fragmento de La tempestad (entre noche y día) del gran poeta libanes Yibrán Jalil Yibrán, Kamilya Jubran y Werner
Hasler componen la canción Ghareebah
(extraño), con la cual inician su primer disco juntos, llamado Wameedd (destello de luz).
De
ascendencia palestina, Kamilya nació en Akka, Israel. Su padre, un auténtico
luthier y maestro, fue su puerta a la música árabe clásica. Además, por veinte
años perteneció al grupo Sabreen, mítico
estandarte de resistencia y experimentación musical palestino. Por su parte Werner,
suizo, combinó sus raíces en el jazz con la música electrónica, colaborando con
proyectos y músicos tan diversos como el ballet en el Teatro de la Ciudad de
Berna y el diseñador sonoro japonés Sunao Inami.
Esta
fusión impacta en Ghareebah, en la
que él crea sonoridades a partir de minuciosos recursos electrónicos y
digitales, conformando una atmosfera cálida y mística, a la vez que ella
explora sensiblemente sus propios territorios, las huellas de lo que podría
haber sido, sus rupturas y sus líneas de fuga. Música y voz se rozan y acarician
con sensualidad, mas nunca erosionan sus propias texturas.
El
exilio duele. Saberse desposeída de su propia tierra es una carga pesada que
requiere cartografiar ilusiones que mitiguen su gran pena. Dando voz a Jalil Yibrán -quien vivió también en un eterno destierro- ella confiesa:
Estoy sola, pero en mi soledad contemplo un país desconocido y
encantador, y esta visión llena mis sueños de espectros de una tierra grande y
lejana que mis ojos nunca han visto.
Esta
búsqueda requiere otros planos y espacialidades que permitan llegar a un sitio seguro.
Al trabajar junto con Werner, Kamilya encuentra un páramo en el cual desplegar
sus raíces, los ecos y las voces que en su historia carga. Sin embargo ese
terreno no es propio y el exilio parece una condena:
Soy una extraña en este mundo; recorrí el Universo de punta a
punta, pero no pude encontrar un lugar donde aposentar mi cabeza; ni conocí a
ningún humano con el que pudiera confrontarme, ni a un individuo que pudiera
escuchar mis pensamientos.
¿Puede
la música componer nuevos territorios? ¿Es la voz capaz de dar asilo a quienes se
niegan a que la ocupación de su pasado impida su devenir?
Cual
destello de luz, un laúd cierra la pieza, alumbrando una meseta segura en el
horizonte.