viernes, 11 de octubre de 2013

Por: Carlos H. Babún

“un día me comí un puente,
piedra por piedra,
para no ir donde tanto quería”.

La voz grave se impregna en los oídos, profunda, pausada, herida. Arrastrando las sílabas muestra que el dolor está presente y no lleva prisa. Detrás, una áspera guitarra eléctrica da cuerpo a la entrada de este cuarto track del álbum Irla izan / La isla.
La confusión lastima:
hala ere, beldurrik ez didazula diozu /
aun así dices que no me tienes miedo
Escrita en euskera[1] -lengua de poderosas consonantes y raíces indiscernibles-, la letra se encarna en la garganta de Anari Alberdi, quien alterna la composición de canciones con la docencia en la ikastola[2] y como profesora de lengua y literatura hispánicas. Por eso la poesía es el territorio natural en el cual sus pasiones se desnudan, susurran, se hacen eco.
Las rocas intentaron hacer un puente entre los dos, pero sólo lograron levantar muros. El frío que esta verdad desata resuena con un violonchelo que se traslada, lento, hacia una región aguda para después volver:
harri pila bat dut zain ohean, utzidazu gaur gordetzen zurean /
un montón de piedras me esperan bajo la cama, déjame refugiarme esta noche en la tuya
En el verso se va el aliento y todo se detiene. El suspenso no es paz, sólo un poco de distancia. Ante el silencio se aclara el paisaje y las cuerdas de la guitarra con distorsión vuelven.
A doce años de su álbum debut, la compositora y cantante se muestra más madura. En esta quinta producción logra ambientes potentes, llenos de metáforas descarnadas y crudas que erizan el cuerpo de quien las escucha. Dejando atrás la acústica de sus primeros trabajos, crea ahora sonoridades metálicas que a pesar de su filo y desgarre no roban lugar a la voz; al contrario, la música da fuerza a las letras y permite que su vocalización cobre mayor contundencia. Esto es evidente en Harriak, canción donde cada palabra cae provocando reverberaciones cada vez mayores.
El dolor respira hondo pero no impide ver la realidad:
beldurrak eta arrainak, hil arte hazi eta hazi eta hazi /
los peces y los miedos, hasta morir, no dejan de crecer y crecer y crecer
Más desgastada, la voz vibra con un órgano hammond. La batería, contenida, avanza y para, avanza y para. Con sus tonos contundentes el bajo ha evitado que la emoción se desborde, pero la desolación sigue su cauce y rompe el dique.
El derrumbe es inminente y cargar los escombros resulta absurdo. No quedan más construcciones ahí. Los ojos ya no ven edificios sino un cúmulo de piedras, frías y pesadas, que arden y raspan. No por ser rocas, sino por no ser lo que deseamos que fueran.
La voz se engrosa, los instrumentos intensifican su presencia y los versos ensanchan su caudal cual venas bajo presión. Ante la inseguridad que desmoronó todo no hay reclamo sino advertencia:
beldur bat oparituko dizut nola hazten den ulertzeko, zenbat zu behar duen arnasteko, zenbat ni biziteko /
te regalo un miedo para que entiendas como crece, cuántos tús necesita para respirar, cuántos yos necesita para vivir.
Si para Rulfo, en su fantasmal páramo pétreo, las piedras son los restos de un poder excesivo que ha erosionado todo lo dominable, en Anari estas son lo que queda tras la apuesta perdida: el ocaso de la esperanza, la utopía que se sabe imposible. Son las ruinas que, con tal de ocultarlas de nosotros mismos, preferimos acumular detrás de nuestros ojos.

Para escuchar la canción
Letra en euskera y español




[1] El euskera es una de las pocas lenguas habladas en Europa que no tienen raíces indoeuropeas, a diferencia de las lenguas latinas. Actualmente es hablada en Euskal Herria, o País Vasco, territorio dividido entre el norte del Estado Español y el sur de Francia.
[2] Centros de enseñanza  en Euskal Herria que tienen como base el euskera.

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