viernes, 28 de septiembre de 2012

Por: Adrián Martínez
El colapso de un hospicio

“Antes de sumergirnos en esto, creo que un fondo en el que pararnos nos sería útil. Cuando ella era pequeña, tenía pesadillas. Tenía dolores punzantes y extremidades fantasma, entre otras cosas que la mantenían nerviosa durante esa estancia de doce años. Cuando se cayó cruzando esa calle (al sur de Houston), esas pesadillas cayeron desde los techos de los edificios y la tomaron de la mano.

Ella fue traída a aquellos cuartos con cortinas corredizas y cabezas brillantes y calvas de niños. Uno de ellos, un niño, no fue tan afortunado como ella en aquel entonces (Años después, el regresaría a ella cada noche, justo cuando creía estar dormida. Y como me diría después a mí, su cara estaría sobre la suya y ella estaría demasiado aterrorizada para hablar).

Ahora, no pretenderé que lo entiendo, porque no puedo, y sé que nunca podré. Pero algo la hace punzar, y algo la hace querer matar. La hizo arrastrarse bajo esa casa y poner su cabeza en el horno… bueno, mi punto con todo esto es que todo está conectado en estas complicadas pesadillas que tejimos.”
-Peter Silberman sobre Hospice.

    Frecuentemente al finalizar el año, comenzamos a ver listas de las mejores películas, libros y discos. Y con más frecuencia aún, la mayoría de estas listas están rellenas de basura igual que los regalos y los pavos genéricos de las cenas de fin de año. Pero como ya se dijo antes; es solo la mayoría, no la totalidad. Y es que fuera de las altas -estúpidas- calificaciones que le pueda conferir a un disco una prestigiada revista virtual, pocos discos sobreviven a la catalogación de la prensa "especializada" y se vuelven obras que trascienden una simple selección anual. Hospice de The Antlers es ejemplo de esto último.

    The Antlers es un proyecto en principio iniciado como solista por Peter Silberman y radicado en Brooklyn, New York. Hospice es el tercer disco de estudio del proyecto y el primer larga duración de la banda. Comenzó siendo una colección de demos acústicos de Peter comprimida en un EP llamado "Hospitals of New York". Luego sería regrabado en versiones finales por la banda y finalmente lanzado en su versión remasterizada el 18 de agosto del 2009 bajo el abrigo de Frenchkiss Records.

    Que empiece la disección dentro del hospicio. Desde el primer corte, Prologue, debemos saber que es un disco conceptual y por ello se asemeja más a un libro en la estructura temática y narrativa de los temas, que a la simple colección que son muchos trabajos discográficos -quizá una de las razones por las que adquirió fama-. Prologue actúa fiel a su titulo y nos da sin vocalización alguna la textura del sonido que vendrá chocando en los "capítulos" posteriores de la historia. El escaparate distorsionado de las guitarras sintetizándose se va desenvolviendo en la introducción de Kettering. La lírica es eminente y brutal de inicio a fin (en ésta canción y el resto del album). Las primeras dos líneas son un escupitajo, un puntapié en la espinilla:
-Ojala hubiera sabido en ese primer minuto de conocernos, de la deuda insostenible que te debería. Porque habías sido abusada por el hueso que te negó y me contrataste para compensar aquello.- Canta Peter casi susurrando para después quedar en silencio y dar paso a una primera marcha de batería y un muro de sonido que será recurrente.

    La secuencia se ve ininterrumpida, y se vuelve evidente el concepto; el narrador nos revela quién está en la cama de hospital, y se llama Sylvia (En una referencia obvia a Sylvia Plath, la conocida escritora suicida que es protagonista de tantas odas). Esta es una canción de anécdotas. Una experiencia cinemática entre sonidos que podrían ser el chillido de una cacerola express o el actuar de un instrumento quirúrgico acompasado por lo que pasaría por latidos, pero después de ello no hay novedad, tal como en cualquier examen médico de rutina hasta que llega uno de los momentos icónicos del LP, en otra explosión del muro de sonido, se escucha el grito de "¡Sylvia, saca tu cabeza del horno!" la desesperación se amontona por caber en un coro y después de un momento de calma, vuelve con trompetas y la analogía final de un paciente que termina por controlar a su enfermero, como una relación emocionalmente abusiva. Desde aquí saltamos directamente al resultado del abuso. En Atrophy, Sylvia se vuelve su propia aflicción para el narrador, el cáncer que lo controla, que lo mismo que a ella, le da limites, inclusive de vida. Es también la primera de los dos pares de canciones que son prácticamente iguales en estructura. Repitiéndose la formula de ésta con Wake.

    El otro par comienza con Bear, que nos adelanta en la narrativa para identificar otros dos temas subyacentes; la relación entre niños y adultos. Los niños que se vuelven padres que se vuelven hijos. Una ves más cuestión de control, de abuso, chantaje. El problema es ¿Cómo explicarle a tu pareja enferma terminal, que debe abortar no porque tenga poco tiempo de vida, sino porque él no está listo para ser padre con veintitrés años? Bueno, invitarla a tomar champagne al famosísimo Hotel Chelsea en New York (donde Janis Joplin y Leonard Cohen tuvieran su famoso amorío) debió haber sido de mucha ayuda para llevarla a la clínica, mientras se daban cuenta de que estaban aterrados uno del otro, jodidos de por vida, siendo los mayores extraños del mundo al llegar a su departamento.

    El intermedio del disco es Thirteen, cantado por Sharon Van Etten como la voz de Sylvia. Da a conocer también el escape de la sala de pacientes terminales paralelamente al llamado de exhumación que en sueños le reclama ella.

    El sencillo del disco es Two, una balada guiada por dos acordes de guitarra mimetizando el sonido de una mandolina al que se van agregando otra guitarra, la batería, sintetizador, teclado y finalmente trompetas con cada verso que pasa. Entre estos pasajes se devela el momento en que aquel cañón hermoso que corría por el fémur de Sylvia los obliga a recordarse que todo comenzó lastimeramente, que a sus padres y amigos siempre les importó una mierda, aunque llegaran a pesar solo treinta y nueve kilos. Que solo quedan ellos dos en una pequeña habitación, dos familias destrozadas, dos maneras de contar la historia, dos anillos de plata, dos voces saliendo de una misma boca, y un epitafio adelantado: “Estaba demasiado frío para que me importara y demasiado enfermo para gritarlo”.  La canción termina colgándose del hilo de un panorama ambiental de ruido para pasar al momento mismo de la muerte: Shiva. La transposición de un cuerpo con otro. La transfiguración de un cuerpo sin vida, a  una mente en el frenesí de reírse de la tragedia; el acto de contemplar a quién yace inmóvil y poner el anillo que lo representa en su puño marchito.

    La acción subsiguiente es una de despertar. De atar cabos sueltos, de romperlos si es que no se dejan. Wake (pareja sonora de Atrophy) nos despierta con un muro de vocalizaciones y sollozos como ambientación, repitiendo una técnica de lectura rítmica en las letras, como narrando sobre su propio luto, y convirtiéndolo en la llave para abrir el mundo encogido y enemistado dentro de la habitación a personas nuevas, algo que con Sylvia viva, jamás pasaría. Nos está hablando del derecho a morir, del reconocimiento de que las perdidas no pueden ser evitadas ni sufridas para siempre, siempre que uno pierda el miedo a hablar. Que “hay pacientes que no pueden ser salvados, pero esa no es nuestra carga. Que nadie puede atormentarnos diciendo que lo merecíamos…” Este coro asciende hasta los ocho minutos con el sonido sintetizado de un órgano hasta finalizar el tema en un tono sorprendentemente entusiasta. Es sin duda un final propio del proceso tortuoso del duelo, un final con fuerza, incluso esperanzador.

   Pero es solo el final de los capítulos, toda obra que presume de tener un prologo, debiera tener un epilogo, y ésta no es excepción. Tomando como base la melodía de Bear, Epilogue consta solo de la voz de Peter y una guitarra acústica. Escuchar esta canción y no sentir escalofríos mientras el canto se torna en falsetes cada vez más estremecedores, es prácticamente imposible. Es la definición sonora de nudo en la garganta. Y es que uno quisiera que las cosas terminaran con un gran estruendo, un fuego que lo abrazara todo y un viento que se llevara las cenizas, pero la mayoría de las veces no hay una gran explosión. Más destructivo aún es cuando las cosas terminan colapsando sobre su peso, haciendo implosión desde la mecha de las frustraciones. Esas frustraciones hacen eco en la pesadilla recurrente de Sylvia, aterrorizando y haciendo una comunión final, una especie de ritual de perdón mutuo cada noche, terminando en una melodía cuasi-de-cuna que simplemente va desapareciendo.

   Sin importar que tan autobiográfico sea Hospice, o si en realidad nadie murió y solo se mezclaban las historias de los hospitales donde trabajó el autor mientras sostenía su relación enfermiza, sin importar que creamos con total seguridad que la trama se desenvuelve en torno a un matrimonio de veintiún años formada por un enfermero y una paciente terminal –atestada de pesadillas y traumas de la infancia-; lo que importa aquí es que esta no es una historia de profunda e infinita tristeza, no es una tragedia de esas que duran tanto como quién se la carga en espaldas. Esta es una historia de coraje y furia contra un afecto que tiene todo menos amor en ello. Una historia de abuso, despersonalización, de culpa y perdón, y del proceso por el cual uno es dado de alta de ese hospicio en que se convierten las pasiones.



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