domingo, 30 de septiembre de 2012

Por: Gladys Moreno Longoria
La Expulsión de José Ramón Enríquez
Luis de Tavira, dirección

La obra nos sitúa en la época virreinal, en un acontecimiento histórico que a los ojos de sus creadores no ha sido tomado con toda la importancia que se merece: la expulsión de los jesuitas del territorio español, pero sobre todo de la Nueva España. La historia nos lleva de la mano desde 1767 a 1829, terminando con la misma escena con la que comenzó, desde el convento de Tepotzotlán hasta Veracruz, del palacio de Carlos III a la Universidad de Bolonia.

A lo largo de sus 13 cuadros vemos cambios de vestuario, actores interpretando a más de un personaje, apropiándose del escenario gracias a la creatividad y a la fluidez en los cambios de escenografía, los cuales eran un placer verse, ya que se hacían a la vista del público y eran en buena medida hechos por los actores siendo parte de la misma actuación, esta misma sincronía estuvo presente tras bambalinas, ya que la escenografía, si bien minimalista (compuesta por una plataforma y unas bases tipo cajones, los cuales aparecían de acuerdo a las necesidades de la escena) me imagino requerían una gran labor técnica; eliminando los cortes que pudieran producirse entre escena y escena, logrando mantener la atención del público durante los 180 minutos que dura la obra.
Esta atracción visual se complementaba con la auditiva, ya que el coro masculino, debidamente caracterizado con la vestimenta jesuita de la época e integrado a las escenas en donde participaba, junto con la música lograban remitir al espectador a los ambientes mayormente solemnes que se representaban frente a él. La apropiación histórica que se da gracias al vestuario, la música y la gramática con que están construidos los diálogos, se ven enriquecida por la inclusión de personajes reales y palabras que si fueron pronunciadas por ellos, además de incluir pasajes en latín y francés, lo que logra situar de forma más clara al espectador en un espacio determinado.




Copyright © 2012 Teatro del Bicentenario / Fotógrafo: Enrique Luévano

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