Por: Carla Herrnández
Niños comiendo sopa
“Si sabes esperar, la gente se olvidará de tu cámara y entonces
su alma saldrá a la luz.”
Steve McCurry
Debo confesar que siempre me
he mostrado escéptica frente a la fotografía,
mi cabeza da vueltas y se aturde al ver fotografías “artísticas” de las
hojas de un árbol o cualquier otra cosa que a mi parecer son tan simples, que
yo misma pude haberlas tomado. Desde que puedo recordar, las experiencias que
he tenido con la fotografía no han sido agradables, termino decepcionada y cuestionándome
miles de cosas. Tal vez es mi ignorancia sobre el tema la que no me deja ver
más allá de lo que mis ojos son capaces de observar, o, quizá, esa es la magia de la fotografía, jugar
con tus emociones, conocimientos y sensaciones.
Sin embargo todo el discurso
de la fotografía que guardaba mi mente se vio arrasado por una pequeña
fotografía en blanco y negro que no rebasa los 20x25 centímetros de tamaño. En
el Museo de Arte e Historia de Guanajuato se presenta la exposición: “Los errantes. El exilio,
la guerra y el refugio”, con pinturas de Anna Zarnecki y fotografías de varias
colecciones, entre ellas el archivo Yad Vashem, Fundacion Ósrodek Karta,
National Archives and Records Administracion, así como de la colección privada
del cónsul Henry Stebelski, en las que se da testimonio de la desgarradora
historia de los polacos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando sus sueños,
aspiraciones y vidas enteras se vieron destrozadas por la expatriación que
sufrieron a manos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
“Los niños de un campo de
trabajo forzado comen sopa bajo la vigilancia militar” es el título de la
fotografía que revolucionó mi pensar, la pieza es perteneciente a la fundación
Ósrodek Karta y muestra a unos pequeños niños de entre 11 o 12 años, en un
campo de trabajo sentados en viejas mesas de madera comiendo sopa (harina
aguada con un poco de carne o hueso), donde además se alcanza a observar a un
militar patrullando. Se puede ver a los niños con golpes, sucios y en condiciones
miserables; sus platos y utensilios de cocina son repugnantes; en sus caras se
vislumbra la tristeza y el cansancio, pero a pesar de eso, lo que pone la magia
en la fotografía y la hace increíblemente cautivante, es la tímida sonrisa de
un pequeño, sonrisa que intriga, divierte, sensibiliza y golpea.
Al estar frente a esta
imagen, sentí que recorría mi cuerpo una turba de distintas emociones al mismo
tiempo, por una parte el dolor, sufrimiento y enojo aparecieron, no entendía cómo
era posible tanta injusticia contra los miembros más inocentes de una sociedad,
a quien se supone se debe proteger y resguardar de todo mal. Después llegaron
el coraje y repudio por aquellos responsables de todo lo que mis ojos veían a
través de esa fotografía, pero al final, a pesar de toda la crueldad,
deshumanización y miedo que se apoderaron de mí, no pude resistir a esa sonrisa
y respondí con una de mi parte. Henry Cartier-Bresson creía
en la existencia del momento perfecto para capturar con su cámara, “La fotografía es para mí un impulso
espontáneo que viene de un ojo atento que captura el momento y su eternidad”,
en esta pieza encuentro la representación perfecta de ese momento del que habla
Cartier-Bresson, en esa sonrisa que me sensibilizó e identifico, ese momento
tan impactante capturado en el tiempo, su sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario