viernes, 1 de noviembre de 2013

Por: Carla Herrnández
Niños comiendo sopa

“Si sabes esperar,  la gente se olvidará de tu cámara y entonces su alma saldrá a la luz.”
Steve McCurry

Debo confesar que siempre me he mostrado escéptica frente a la fotografía,  mi cabeza da vueltas y se aturde al ver fotografías “artísticas” de las hojas de un árbol o cualquier otra cosa que a mi parecer son tan simples, que yo misma pude haberlas tomado. Desde que puedo recordar, las experiencias que he tenido con la fotografía no han sido agradables, termino decepcionada y cuestionándome miles de cosas. Tal vez es mi ignorancia sobre el tema la que no me deja ver más allá de lo que mis ojos son capaces de observar, o,  quizá, esa es la magia de la fotografía, jugar con tus emociones, conocimientos y sensaciones.
Sin embargo todo el discurso de la fotografía que guardaba mi mente se vio arrasado por una pequeña fotografía en blanco y negro que no rebasa los 20x25 centímetros de tamaño. En el Museo de Arte e Historia de Guanajuato se  presenta la exposición: “Los errantes. El exilio, la guerra y el refugio”, con pinturas de Anna Zarnecki y fotografías de varias colecciones, entre ellas el archivo Yad Vashem, Fundacion Ósrodek Karta, National Archives and Records Administracion, así como de la colección privada del cónsul Henry Stebelski, en las que se da testimonio de la desgarradora historia de los polacos durante la Segunda Guerra Mundial, cuando sus sueños, aspiraciones y vidas enteras se vieron destrozadas por la expatriación que sufrieron a manos de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).
“Los niños de un campo de trabajo forzado comen sopa bajo la vigilancia militar” es el título de la fotografía que revolucionó mi pensar, la pieza es perteneciente a la fundación Ósrodek Karta y muestra a unos pequeños niños de entre 11 o 12 años, en un campo de trabajo sentados en viejas mesas de madera comiendo sopa (harina aguada con un poco de carne o hueso), donde además se alcanza a observar a un militar patrullando. Se puede ver a los niños con golpes, sucios y en condiciones miserables; sus platos y utensilios de cocina son repugnantes; en sus caras se vislumbra la tristeza y el cansancio, pero a pesar de eso, lo que pone la magia en la fotografía y la hace increíblemente cautivante, es la tímida sonrisa de un pequeño, sonrisa que intriga, divierte, sensibiliza y golpea.

Al estar frente a esta imagen, sentí que recorría mi cuerpo una turba de distintas emociones al mismo tiempo, por una parte el dolor, sufrimiento y enojo aparecieron, no entendía cómo era posible tanta injusticia contra los miembros más inocentes de una sociedad, a quien se supone se debe proteger y resguardar de todo mal. Después llegaron el coraje y repudio por aquellos responsables de todo lo que mis ojos veían a través de esa fotografía, pero al final, a pesar de toda la crueldad, deshumanización y miedo que se apoderaron de mí, no pude resistir a esa sonrisa y respondí con una de mi parte. Henry Cartier-Bresson creía en la existencia del momento perfecto para capturar con su cámara, “La fotografía es para mí un impulso espontáneo que viene de un ojo atento que captura el momento y su eternidad”, en esta pieza encuentro la representación perfecta de ese momento del que habla Cartier-Bresson, en esa sonrisa que me sensibilizó e identifico, ese momento tan impactante capturado en el tiempo, su sonrisa.

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